lunes, 4 de octubre de 2010

Positivo

Salió del laboratorio con la certeza, la tan ansiada vuelta del destino.
No iba a contarle a nadie. Su familia no se lo esperaba.
Estuvo mucho tiempo negando ese asunto, ahora estaba a punto de tomar una decisión. Sus amigas le recriminarían el silencio, no importa. Nadie debía saberlo.
Abrazó el sobre. Directo al subterráneo. Diez estaciones la llevarían a su casa. Sin morada fija, esta vez eligió la protección de su abuela. Claro, la vieja, chocha con un niño en la casa.
Subió las escaleras, sonámbula. Olvidó las recomendaciones del médico: reposo absoluto los primeros tres meses.
Era complicado traer al mundo un niño siendo una mujer tan añosa.
Los acontecimientos surgieron en su memoria, como lluvia de verano...
Lo conoció en abril. Llevando en su morral el almuerzo que compartían entre los prácticos y los teóricos de la facultad. La diferencia de años era evidente, sin embargo su amistad se había hecho fuerte. Ella, cursando el posgrado tardío luego de una separación deshonrosa; el cursaba el primer año. Los complementos se habían hecho beneficio. La tecnología de punta del joven y la facilidad de hacer monografías pesadas de la mujer.
Casi sin darse cuenta despertaron muchas veces en la misma habitación de hotel.
Ahora ni pensaba en terminar el posgrado. El chico se había ido de vacaciones a la casa de sus padres, en el campo, y no tenía ganas de contarle. El tenía toda la vida por delante. No pensaba detenerlo con semejante arrebato de la naturaleza.
Además… era un sueño de ella. Sólo de ella.
Muy lejos quedaron las peleas con su ex, la negativa de hacerse un estudio, la frustración de años de no poder realizarse como madre. Muchísimo más lejos quedaron las confesiones de los sábados, las ofrendas a la Virgen, la devota oración matinal del Rosario. Estaba vedada su asistencia a la Iglesia, no podía comulgar desde su divorcio, por tanto ya había sido excomulgada. De ahora en más sería una “atea gracias a Dios”. Entró en la casa “chorizo” con una sonrisa de punta a punta, recordó regar los potus y esperó a la abuela que llegaría pronto de la Iglesia, acompañada de la chica que la cuidaba.
Fue a la cocina y puso el agua a calentar. El sol del atardecer se colaba por la ventanita de la cocina que daba al patio. La perrita negra llorisqueaba. Seguro que se había dado cuenta… los perritos son tan sensibles. Retiró la correa del perchero. ¿Cuándo llegaran?… se preguntaba. No quería caminar las calles, quería hacer el tan recomendado reposo.
Sentada en la cocina, esperó. Cuando llegaron, le entregó la correa a la chica y le dio la bolsita de plástico. “Vas a tener que sacarla todos los días, yo no puedo”.
La abuela la miró, estiró la mano para el mate, y también sonrió.
“Va star bueno, sí, va star bueno…” dijo la vieja, en un acento mezcla de italiano y de polaco. Siguieron el resto de la tarde comiendo masitas.
Eligió bien, la casa de la abuela, lo mejor. Falta tiempo. Llega volando. Rápido, como lluvia de verano.

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