martes, 28 de septiembre de 2010

Que el cielo espere sentado.


Telegrama
Texto: Murió mamá
Firmado: mamá
Mi padre terminó de leer y con el papel, aún en la mano, miró hacia un punto fijo. Sus ojos brillaron mucho más. Yo era pequeña y no entendía bien ese texto. Mi madre me explicó que, la primera mamá del texto era mi bisa, y que quien firmaba era mi abuela Marie Louise. Yo dije:
-Ah!
Mi bisa era una señora que yo había visto muy poco. Alta y blanca con pelo negro, muy negro. Ella hablaba sonriendo un castellano calmo, educado y le demostraba mucho amor a mi padre. Un cariño de esos sin contacto físico. Intercambiaban miradas, sonrisas cálidas y mucho respeto.
Mi padre cogió una camioneta y se dispuso a conducir hasta Onagoity. Debía llegar al funeral.En ese tiempo, yo no sabía mucho acerca de eso que le sucedía a alguna gente: morir.
Mi padre era un tío muy serio, a veces. Otras, cantaba tangos mientras conducía por los caminos de Dios.No le gustaba el fútbol pero si miraba boxeo en tv. Lo recuerdo leyendo en la cama, cada noche antes de dormir. Había una pila de libros en su mesa de luz junto a una foto de su padre. Era bastante callado y nadaba tan bien, como si fuera un pez.
A él se le daban poquito las demostraciones de afecto. Me abrazaba como en un descuido y me decía:
-Sos hermosa, la más hermosa de papá.
Yo me moría de amor por mi padre. Ese hombre era el más guapo, el más listo. El tenía todas las respuestas que una podía necesitar. Mi padre y yo éramos muy compinches. Durante mi infancia hicimos muchos viajes juntos. Éramos tan felices en la ruta. Me contaba sus aventuras en los mares del sur. Múltiples anécdotas en los buques, su entrenamiento en la nieve, la impresión de cuando por primera vez divisó un glaciar. Me encantaban sus historias. Nos reíamos mucho de aquella vez que debía jurar la bandera frente a Perón y se quedó dormido, disfrutaba que me la cuente una y mil veces. Mi padre era antiperonista acérrimo, pudo comerse días de calabozo pero su jefe era antiperonista acérrimo y lo comprendió. Nos deteníamos en cualquier estación de servicio y él volvía con los bolsillos llenos de caramelos, chupetines. Una Seven Up para mí y chocolates para él (a mí nunca me gustaron).
Mi padre me celebraba con elegancia y dulzura. El día de mi cumple, siempre, iba a recogerme a la salida de la escuela primaria y se detenía en una heladería. Volvía al coche con un helado enorme todo de dulce de leche. Mientras que yo tomaba el helado, él daba vueltas por Bragado conduciendo despacito, así yo disfrutaba de mi momento. Mi padre me dio una y mil pruebas de amor. Le puso mi nombre a su barco y a un restaurante que compró.
Cuando crecí, temí por un momento, no ser aquella que él esperaba. Frente a esos miedos me pregunté que deseaba yo de mí. Ahí fue cuando me relajé, me dejé andar sin mucho plan y comencé a disfrutar de la existencia. Sé que más de una vez lo sorprendí gratamente. Aún saliéndome de sus moldes me respetó y me quiso más.
Yo llegaba a un aeropuerto y lo llamaba.
–¿Donde estás?
-En Lima, pá.
-¿Qué vas a hacer en Lima? Te vas a apunar!!!!
Mi papá me abrazó muy fuerte dos veces. Cuando me casé (a la salida de la ceremonia) él y yo nos quedamos solos, por un momento, frente a frente. Me apretó fuerte contra su pecho. Con lágrimas en los ojo puso un rollo de dólares en mi mano y la cerró. La otra vez fue cuando me fui a vivir a Inglaterra y me quedé por aquí hasta ahora. Europa estaba hecha para mí, él se dio cuenta de eso. Mientras que yo revoloteara por América, siempre estaría de vuelta. Pero, él supo que en Europa, la cosa cambiaría. En cambio yo me fui, como cada vez, sin planes. En la puerta del edificio de mi casa de la Avenida Pueyrredón, antes de que subiera al coche hacia el aeropuerto, mi padre con ojos húmedos me abrazó y me deseó mucha suerte.
Mi padre me enseño a montar a caballo, a leer siempre unas páginas antes de dormirme, a usar el lenguaje con cuidado pero con precisión, a hacer silencio, a mirar y decir mil cosas, a conducir, a negociar, a llegar puntual, a decir siempre lo que pienso.
Cuando tenía 3 años me enseñó a nadar. Me arrojó al centro del tanque australiano que teníamos en el campo y me indicó: el mentón por encima del agua y no vas a tragar ni una gota. Hacé movimientos con los brazos y avanzaras con un empujoncito con las piernas. Trague agua al principio, tuve miedo, pero floté. Cuando floté y avancé, me sentí dueña de ese estanque y de todos los estanques.
Mi padre zarpó en su buque ayer, por última vez. Dicen que ya no volverá pero yo estoy segura que lo encontraré en algún puerto.
En honor a mi padre, hoy fui a un concierto de Melendi, canté a los gritos , bailé y también lloré a mares. Hasta pronto, pá.
Autor: Gloria Llopiz


6 comentarios:

Lauris ʚϊɞ dijo...

No dejo de emocionarme al leer este posteo Gloria. Realmente.
Un beso grande!

gloria llopiz dijo...

A mi me pasa igual, Lalita.
besosssss

Justiciero dijo...

Al terminar de leerte me dí cuenta de lo poco que te conocía, pero reflejas mucho de tu alma en estas memorias. Y creo que cuando te nombraron "Gloria" fué una desición muy acertada. Para tu padre eras su orgullo y su gloria.

any dijo...

cada vez que lo leo lloro
me hace a cordar a mi viejo
es amiga, nos la pasamos llorando mutuamente

gloria llopiz dijo...

Justi, querido, gracias!
abrazo

gloria llopiz dijo...

Any: nos identificamos con el amor a nuestros padres y los recuerdos son plenos de lagrimitas.
besote, te quiero