viernes, 22 de octubre de 2010

EL TROMPA




I

No había dormido bien. Sentía una inmensa frustración que me oprimía el pecho. Y sabía muy bien la razón.
El Trompa.
Tenía que enfrentarlo de una vez por todas. Tenía que enfrentarlo y decirle unas cuantas verdades.
Me levanté de la cama y fui al baño.
Lo de ayer había sido la gota que rebalsó el vaso. Ya estaba cansado del mal trato.
Desayuné un café con leche mientras escuchaba el tema de amor de Cinema Paradiso. La mayoría de las veces es una música que me relaja, pero hoy no pareció cumplir su efecto terapéutico. Vestido a las apuradas, salí a la calle y caminé las dos cuadras hasta la parada del bondi.
¡Claro que si!, seguí dándome manija.¿Quién se creía que era? Por más Trompa que fuera, no me iba a dejar basurear, de ninguna manera.
Subí al colectivo repleto, saqué el boleto, y encaré para el fondo. Una mina me miró mal cuando, sin querer, le toqué el culo.
-Perdón- le dije.
La mina me siguió mirando con cara de ojete.
Andate a la mierda, pensé.
¡Eso! La acumulación de bronca no iba a dejar que a último momento me achicara.
Bajé del colectivo. Me dejó muy lejos de la vereda y por poco me atropella un auto.
-¡Pelotudo!- le grito al coche que se aleja.
La bronca era un ser vivo dentro de mí, ocupando cada molécula de mi cuerpo.
Mejor que hoy el Trompa no se haga el loco, porque se pudre todo.
Llegué al laburo. Oscar me abrió la reja.
-Que caripela traemos hoy, che.
-No me jodas, que ando caliente.
-¿Qué te pasa?- preguntó Oscar. Pero le bastó una mirada a mis ojos para saberlo-¿Otra vez el Trompa?
-Ya me tiene los huevos llenos. Hoy vamos a hablar él y yo.
-Tené cuidado. Acordate lo que le hizo al Danielito.
La imagen de Daniel, con el rostro crispado y llorando, se me presentó vívidamente ante mis ojos. Danielito, después de ese día, ya no volvió a ser el mismo. Ahora iba siempre con la cabeza baja y murmurando solo.
-Le conviene que conmigo no se haga el vivo- le dije a Oscar. Quise que sonara a amenaza, pero la voz me salió entrecortada.
-No te pongas loco al pedo. Vos sabés como es el Trompa. Tomatelo con filosofía y no hagas bardo.
-Nos vemos después, Oscar- saludé.

II

Me fui a los vestidores. Saqué del casillero el mameluco y doblé pulcramente la ropa de calle. Mientras me cambio, un hedor muy fuerte llega a mis fosas nasales. Me acerco la manga a la nariz y un poco más y se me saltan las lágrimas. Tiene una baranda terrible. Pienso que estamos a martes y yo lo traje limpio el lunes; y hasta el sábado no lo voy a poder llevar a lavar. Del estante superior del casillero saco un frasco de perfume, de esos que venden a cinco pesos en los puestitos de la plaza. Me tiro encima una buena cantidad y vuelvo a olerme. Ahora está más pasable la cosa. Lo del perfume es una idea de Evaristo. Evaristo hace bocha que labura acá y tiene bien clara como es la mano. Con un perfumito truchito podés tirar toda la semana, si no es imposible, nos dijo el primer día. Algunos nos reímos y él nos miró condescendientemente. A los tres días ya no teníamos motivo de risa.
Me doy cuenta que estoy divagando y trato de concentrarme en la ira que me invadía esta mañana. Me miro en el espejo que cubre una de las paredes y me asusto. En mis ojos ya se empieza a vislumbrar al cobarde que llevo dentro.
¡La puta que los parió!
Respiro hondo y me concentro con todas mis fuerzas en aquel sentimiento matutino. Algo chisporroteó tenuemente en aquellos ojos que me devolvían el reflejo del espejo, pero no demasiado.
Me encasqué la gorra y salí afuera.

III

Caminé sin apuro hasta el cuartito de herramientas y tomé el cepillo de cerdas gruesas, la pala ancha y el carro de plástico verde con ruedas. Cuando estoy saliendo me cruzo con Mario.
-¿Cómo andá, papi?- me palmea el hombro con una de sus manos que parecen sandias. Siento que mis rodillas se doblan un poco.
-Bien.
Esa respuesta parece que le agrada porque me vuelve a palmear el hombro, esta vez con un poquito más de fuerza.
-¡Hay que yugarla, hermano!- grita como si yo fuera sordo.
Me voy antes de que decida palmearme otra vez y termine estrolado contra el piso.

IV

Levantar la basura ajena no tiene nada de malo. Alguien tiene que hacerlo, ¿no es cierto? Eso no quita el tema de la educación. Da mucha bronca ver a la gente tirar un papel al piso teniendo a su lado un tacho de residuos bien a la vista. Pero eso es para más a la tarde. A la mañana temprano acá es tranquilo.
Mientras recojo los deshechos, silbando una canción que se me pegó quien sabe de donde, y sintiendo el picor del sol que a esa hora es agradable, mi ruta de trabajo me lleva hasta él.
El Trompa.
Nos separan unos metros apenas. Está desayunando. De pronto alza la mirada y me ve. Deja de desayunar y pone toda su atención en mí. Un escalofrío me recorre la parte baja de la espalda.
Como comprendiendo que ya logró su cometido, el Trompa continuó con su desayuno como si nada.

V

Me puteo por haberle demostrado debilidad. Aquel escalofrío se va diluyendo sustituido por una bruma roja que abomba mi cerebro. Creo, y sabiendo al mismo tiempo que es un pensamiento muy boludo, que esto mismo es lo que debe sentir Bruce Banner al convertirse en Hulk.
Como si de luces de neón se tratasen, dentro de mi cabeza se encienden las palabras “Ahora o nunca”.
Para darme ánimos empiezo a tararear el tema de “El bueno, el malo y el feo”. Siempre fui de la idea que la vida sería más atractiva si tuviéramos banda de sonido incorporada.
-¿Qué hacé, loco?- me dicen de pronto.
Me sobresalto sin poder evitarlo y Ariel se me caga de risa.
-¡Eh! ¡Que julepe, papito! ¡Te me cagaste en las patas!
-¿Vó so boludo o te hacé?
-¡Uh! ¡No te calenté, che! ¿Qué culpa tengo yo si venís papando moscas? A ver, contame: ¿qué te pasa?
-Después hablamos.
Ariel se puso a caminar a mi lado. Al ver para donde me dirigía, dijo:
-¿Vas con el Trompa?
-Sí.
-Guarda que hoy está cruzado- se puso serio.
-¿Cuándo no?
-Tené cuidado- dijo Ariel-. Sabés que el Trompa es de pocas pulgas.
Ariel tenía razón. Pero hoy se terminaba todo. Para bien o para mal, hoy le iba a poner los puntos al Trompa de una vez por todas.
-Tené cuidado- me volvió a repetir Ariel, quedándose parado donde estaba y viéndome avanzar hacia mi destino, sea cual fuere.

VI

Entré al recinto y me acerqué al Trompa.
Mucho después los muchachos me contaron que al verme enfrentarlo temieron lo peor.
-Yo te juro que me puse a rezar el padre nuestro- me reveló Hugo, otro de los antiguos como Evaristo.
Me detuve a unos pasos del Trompa. Él me miro. Se acercó a pasos lentos, casi cansinos. En mi cabeza empezó a sonar Chi Mai, el tema de Morricone. Pareciera que hoy me vida estuviera signada por Morricone. El Trompa se detuvo a no más de cuarenta centímetros de mí.
-Con vos quiero hablar- le dije. Me sentí bien al decirlo. Las palabras sonaban claras, sin rastros de temor. Algo debió notar el Trompa porque retrocedió dos pasos. Y eso, en el Trompa, era una cosa rara-. Lo de ayer no me gustó un carajo. ¿Yo te falto el respeto a vos? Nunca. O cambiamos algunas cosas acá, o esto se va a la mierda. ¿Estoy siendo claro, Trompa?
Por toda respuesta, el Trompa me dio la espalda.
En ese momento me sentí feliz. Lo había logrado. Le había puesto los puntos al Trompa y este se marchaba con la cola entre las patas. Una sonrisa triunfal se estaba plantando en mí cara cuando el Trompa se mandó un garco descomunal salpicándome enterito, enterito.
Ariel, que había estado mirando toda la escena apoyado en la baranda, dijo:
-¡Te lo dije! ¡El Trompa es así! ¡Nunca vi un elefante tan hijo de puta!
Los demás reían.

3 comentarios:

Lauris ʚϊɞ dijo...

jajaj Jefe... este es buenisimo jajaj Che marmotas lean estos posteos por favor!!!!
jajaj

Adrián Granatto dijo...

¿Le gustó? Como se nota que usted no me leía de antes...

Lauris ʚϊɞ dijo...

No jefe... yo no lo leia... es más ni lo conocia... pero recupero el tiempo perdido..