Pasaron tres meses. Reposo contenido, inyecciones todos los días para retener el feto. La abuela no ayudaba mucho. Tuvieron que contratar a la chica cama adentro. Entre los paseos de la perrita, las visitas de la tana a misa y el aseo de la casa enorme ella sola no daba a basto.
Aprovechó el reposo obligado para leer, tejer y meditar. Se estaba preparando. Era un tiempo lento, claro y oscuro a la vez.
¿Qué habrá sido del padre biológico? Cuando la abuela fue a misa, encendió la computadora, buscó en el facebook del pibe y lo encontró. Aparecieron miles de fotos. Las nuevas fueron las más conmovedoras, se lo veía abrazado a una chica, que no tenía veinte años, vestido blanco, frente a una vieja iglesia de pueblo.
¡El pendejo se había casado de apuro! era evidente el globito mínimo debajo del corsé del vestidito. Su corazón le dió un vuelco, sintió verdaderas náuseas y fue a vomitar al baño.
¡Su hijito iba a tener un hermanito! Su hijito sería el bastardo. No quiso saber más y apagó la compu.
Cuando llegaron de la misa la encontraron desmayada cerca de la cama. Sudor y lágrimas cubrían su rostro. Tuvo que ser hospitalizada. Coma diabético, diagnosticaron. ¡Imposible si ella era sana! Eran las complicaciones de un embarazo añoso. Le subió la insulina y tuvieron que controlarlo con suero durante un mes.
Fue en ese momento que toda la familia se enteró del desliz. La abuela no pudo cubrirla. Temía por su vida. Llamaron al ex-esposo, recién casado con una empresaria muy elegante, extranjera.
Pasado ese mes pudo volver en sí. No podía recordar nada. Cuando su ex-esposo trataba de explicarle, con las manos sosteniendo su mano, que todo había pasado, ella rompió en llanto. El tipo trató de ser comprensivo. Ella creía que todavía estaban casados y que el hijo que esperaba era de su marido.
Tuvo que permanecer en obsevación un mes más. Llegadas las veinte semanas de embarazo se hizo los exámenes de rutina. ¡Era varón! ¡Y era sanito! Claro, el pendejo prometía buena información cromosómica. Ella se sentía desaparecida de la faz de la tierra. Había perdido identidad. No había tenido idea de los alcances sociales de ser madre soltera. Necesitaba contención.
El ex-marido se portó como un duque. Le contrató una enfermera y la ayudaba económicamente. Claro, debía lavar las culpas de una esterilidad prolongada. Como todo macho autista reaccionaba a su propia falta y no a la verdadera situación.
Por fin llegó el día de la cesárea programada. Cuando vio la carita del niño lloró mucho, con la felicidad y el estupor de las primerizas. Lo tomó en sus brazos un pequeño rato y cerró los ojos. Estaba muy cansada.
Pablo, fue el nombre elegido. El día del bautismo estaba toda la familia de ella. El ex-marido y su esposa lo sostenían orgullosos. Antes de viajar al extranjero, llevaron flores a la tumba de la madre biológica del niño.
Un año después también murió la abuela. La perrita se la quedó la mucama. La casa la vendieron. Era la dote para que Pablito, como lo llamaba la tana vieja, pudiera estudiar en la Universidad.